Milei y la “casta política”

23 Ago 2023

Recientemente Javier Milei, candidato a la presidencia de Argentina por La Libertad Avanza, logró el primer puesto en las elecciones primarias 2023. Es cierto que las razones de su triunfo obedecen a características particulares de Argentina y del propio candidato, pero también se deben a un fenómeno generalizado, a saber, la crisis de los partidos políticos y del Estado democrático a causa de la corrupción.

En efecto, prácticamente todos los candidatos de derecha relativamente exitosos en el último tiempo han sido outsiders que han sabido explotar el recurso de la “casta política”, que denota, al igual que en los discursos populistas, a una “élite corrupta” (nacional y/o internacional) que velaría por sus propios intereses en contra del beneficio del “pueblo virtuoso”.

Como es evidente, los escándalos de corrupción -como los que hoy atraviesa Chile- no solo refuerzan esta percepción, sino que también incentivan a que los partidos desafiantes apelen a ese sentimiento de indignación frente al abuso para capitalizar apoyo electoral.

Sin embargo, el problema es que la política no es un juego de ángeles contra demonios, sino entre organizaciones humanas cuya buena acción no puede depender de la buena voluntad de sus miembros, sino de un adecuado diseño institucional. Y dado que en Argentina las instituciones son débiles, es probable que la llegada al poder de un nuevo grupo político, también se encuentre acompañada de escándalos de corrupción que eventualmente serán aprovechados por otros outsiders, tal como ya está ocurriendo en nuestro país.

De este modo, el recurso de atacar a la “casta política” (o a la “élite corrupta”) puede servir en el corto plazo para ganar una elección, pero no contribuye al refuerzo de largo plazo que requiere la democracia.

En el largo plazo, en general las democracias no requieren medidas radicales fundadas en un ánimo vengativo, sino medidas orientadas a modernizar el Estado, que sean incrementales y se sostengan en el conocimiento técnico y la experiencia internacional.

Ojalá más temprano que tarde, los partidos políticos prioricen la modernización del Estado como uno de los desafíos más importantes de nuestra democracia; no solo porque es necesario un aparato público eficaz en traducir los consensos políticos en hechos, sino también para prevenir que nuestro régimen político caiga en un peligroso círculo vicioso de desconfianza y desprestigio de la política.

Esta columna se publicó en La Segunda.

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