Falta de lealtad democrática
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Estas semanas parte de la izquierda ha vuelto a demostrar que para ella la democracia y la “voluntad del pueblo” solo tienen valor en la medida en que son funcionales a sus intereses. En efecto, en el marco de la discusión de un proyecto de ley de origen superficial, dirigido a regular las elecciones de gobiernos locales en dos días, legisladores oficialistas aprovecharon de obliterar las multas del voto obligatorio, transformándolo en voluntario de facto. Tras las críticas transversales que generó dicha decisión, ahora señalan que repondrán la sanción, pero no para los electores extranjeros.
Nuestra Constitución señala explícitamente que el voto obligatorio es para todos los electores y que se deben fijar multas por el incumplimiento de dicho deber (art. 15). De igual forma, establece que los electores son los ciudadanos chilenos (art. 13) y extranjeros avecindados en Chile por más de cinco años (art. 14). Así, la eliminación de las multas por no sufragar fue una torpe estrategia evidentemente inconstitucional, que acompañada de la pretensión de redefinir a los electores, a meses de la próxima elección, da cuenta de una profunda falta de lo que Juan Linz denomina “lealtad al sistema democrático”.
Manifestaciones de esta deslealtad a la democracia han sido demasiadas en estos últimos cinco años como para hablar de algo accidental. No podemos olvidar que varios dirigentes de partidos que hoy gobiernan validaron la violencia como medio de acción política bajo el argumento de que era una reacción a la “violencia estructural” de la desigualdad, que buscaron destituir al expresidente Sebastián Piñera y que el Partido Comunista quiso tomarse La Moneda durante el “estallido social”. En este contexto, la modificación de reglas electorales, la redefinición del elector, la transformación del voto obligatorio en voluntario de facto, se inscribe en un continuo por parte de partidos oficialistas, de utilizar todos los medios posibles para alcanzar o perpetuarse en el poder, aunque los instrumentos sean contrarios a la misma democracia.
El compromiso con la democracia representativa y la separación de poderes debe ser irrestricto, independientemente de los resultados que de ella deriven. Y ello implica abstenerse de modificar las reglas electorales previo a una elección cuando los resultados podrían ser inconvenientes para el oficialismo. Fuera de ello, abundan las tiranías o formas de representación que no son más que resabios de la premodernidad. Ojalá la izquierda deje estas prácticas desleales con la democracia, ya que con ello solo fortalece a su equivalente opositor.
Esta columna se publicó en La Segunda.