El litio y la carrera de la Reina Roja

18 Ene 2023

En la famosa novela de Lewis Carroll, “Alicia en el País de las Maravillas”, los habitantes del país de la Reina Roja deben correr lo más rápido posible solo para permanecer donde están, dado que el país se mueve con ellos. Algo similar está ocurriendo con la industria mundial del litio. Mientras su demanda crece a pasos agigantados producto de la revolución de la electromovilidad, los oferentes corren una frenética carrera para aumentar la producción y aprovechar el boom de precios. Chile, segundo productor mundial, pareciera estar dormido. Enceguecidos por discusiones ideológicas e incapaces de generar un acuerdo país, cada día que pasa perdemos competitividad en una carrera crucial para insertarnos exitosamente en la economía verde del futuro.

El litio ha cobrado especial relevancia por ser un insumo imprescindible para las baterías que almacenan la energía de los autos eléctricos. En la última década, el precio de la tonelada de carbonato de litio se ha multiplicado por 20, pasando de US$ 4.000 en 2012, a US$ 80.000 en 2022. De cara al 2040, la Agencia Internacional de Energía estima que su demanda se multiplicará por 40. Si bien el litio es abundante en la Tierra, pocos países lo extraen y procesan. El mayor productor es Australia, seguido de Chile y China. Al 2021, estos tres países eran responsables de un 91% de la producción mundial (Economist Intelligence Unit, 2022). En Chile, a diferencia de Australia donde se extrae de la roca, el litio se encuentra principalmente en salares, en forma de salmuera subterránea. Para extraerlo, se bombea la salmuera a la superficie y se deposita en piscinas para aplicarles evaporación solar.

Hasta aquí parece una historia feliz: la economía del futuro necesita litio por montones y Chile, con una de las mayores reservas del mundo, lo tiene por montones. Lo cierto –y lamentable, a la vez– es que el panorama local no es alentador. Hoy solo dos empresas explotan el litio, con una decena de otras ansiosas por entrar. Tenemos una regulación anacrónica que ahuyenta cualquier entusiasmo de inversión, y un gobierno que todavía no muestra una política clara para su extracción y producción.

En Chile, la ley casi no permite extraer litio. Un decreto de 1979, producto de una añeja lógica de Guerra Fría, lo declara de interés nacional y exige a los privados obtener un contrato especial (CEOL) ante la Comisión de Energía Nuclear. Así, hoy solo SQM y Albemarle extraen litio del Salar de Atacama; nada más. Según actores de la industria, si se simplifica la legislación y se abre el mercado, la producción podría triplicarse, llegando a 600.000 toneladas anuales. Hoy extraemos litio de un solo salar, pero existe al menos una veintena de salares adicionales. Con este paso cansino, no es de extrañar que el 2016 hayamos perdido el primer lugar en producción y las proyecciones al 2027 nos sitúan en cuarto lugar, por debajo de Argentina cuya historia y know-how minero es bastante inferior al nuestro.

Si bien el gobierno del Presidente Boric sigue sin presentar una política nacional del litio, han enfatizado la importancia de contar con una empresa nacional del litio. A priori, no es una idea que haya que descartar de plano, pero lo importante es conocer cuáles son los propósitos de esta empresa y por qué lo haría mejor que los privados en estos frentes. Por ejemplo, en el corto plazo no tiene ningún sentido económico que esta empresa se aventure en la romántica idea de producir elementos de mayor valor agregado dentro de las baterías o incluso llegar a fabricarlas. El litio representa apenas el 5% del costo de una batería; los costos logísticos para ensamblar y transportar materiales altamente sofisticados nos dejan inmediatamente fuera de competencia con competidores como China; y no contamos con capacidades instaladas hoy para contar con el know-how tecnológico necesario para desarrollarlas.

Pero, si por el contrario esta empresa se abocara a (i) generar joint-ventures con empresas privadas para proyectos de exploración y explotación de litio o (ii) a desarrollar tecnología que nos permita extraer de manera más sustentable el litio de ecosistemas tan frágiles como los salares, podría ayudar a catalizar las inversiones necesarias para no quedarnos atrás.

Pensar que el Estado va a ser el único productor de litio es igual de absurdo que pensar que el emprendimiento, innovación e inversión privada triunfarán en las condiciones actuales. Por lo tanto, necesitamos urgente una “estrategia nacional del litio” con una mirada de futuro y no con ideas proteccionistas trasnochadas. El errático actuar en torno al CPTPP debería servirle de lección al gobierno para no cometer los mismos errores acá.

Por de pronto, es urgente simplificar la regulación actual para incentivar la entrada de nuevos actores y aumentar la producción. Alianzas público-privadas o de empresas nacionales con extranjeras deben servir a este propósito. Segundo, el Estado debe generar incentivos y herramientas para que aumente la I+D en torno a la extracción sustentable del litio (licencia ambiental) y para que las comunidades se apropien de parte de los beneficios (licencia social). Tenemos la tremenda oportunidad de insertarnos en la economía verde del futuro, pero nuestros miedos atávicos a definirnos como país productor de materias primas nos tienen paralizados. Es tiempo de despercudirnos de estos y entrar de lleno en la carrera de la Reina Roja.

Publicada en Ex-Ante.

 

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