El estallido y la democracia

21 Oct 2022

El estallido social se puede analizar desde distintas dimensiones, siendo una de ellas su relación con la democracia. La democracia se puede definir en al menos tres dimensiones. La primera es la legal-institucional y consiste en el conjunto de reglas habilitan la resolución de nuestras diferencias a través de procedimientos electorales y un estado de derecho en el que ningún grupo le puede imponer su visión al otro. La segunda es participativa y se refiere a que los ciudadanos, como miembros de la sociedad, son titulares de derechos que les permiten tanto votar como acceder a bienes suficientes para ejercer la libertad. Por último, la tercera dimensión es la democracia como cultura. Esta engloba valores como la tolerancia y el respeto por el otro y se traduce en el trato igualitario entre las personas, independientemente de su clase, etnia, sexo o ideología política.

En un principio, el estallido fue leído como una oportunidad para profundizar nuestra democracia a partir de la redacción de una Constitución completamente escrita bajo un gobierno y órgano electo democráticamente. Dicha Carta Magna también debía reconocer derechos sociales universales. En este sentido, la interpretación predominante, y en la que el país concentró sus esfuerzos durante dos años, solo contempló el avance democrático en las dimensiones formal-institucional y participativa, dejando de lado la cara cultural de esta.

Sin embargo, ha sido la democracia en su dimensión cultural la que más se ha deteriorado en el último tiempo. Además de la lógica de las tecnologías de la comunicación y el auge de ideologías excluyentes, la debilitada educación de las nuevas generaciones, producto de las tomas y ahora prolongados cierres de escuelas cuyo daño socioemocional y formativo no ha sido abordado con la urgencia que amerita, representa un importante factor para comprender este debilitamiento de la democracia cultural. A esto se suma una juventud enaltecida por dirigentes de izquierda que durante el “estallido” vieron en ellos el instrumento para empujar los cambios que anhelaban.

Si bien es importante atender la dimensión formal-institucional y participativa de la democracia, para evitar las crisis futuras también se debe poner atención a su lado cultural. Y para ello no puede volver a haber ninguna justificación de la violencia futura. Alcanzar un modus vivendi en el que se reconozca la dignidad de cada uno y nos respetemos los unos a los otros, independientemente de nuestra etnia, clase, sexo u otro, exige de la cooperación de todos, desde el Estado a través de la educación hasta las familias y nuestra clase política.

Publicada en La Segunda.

 

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