Una oportunidad que no podemos desperdiciar

07 Sep 2022

El amplio rechazo al texto propuesto por la Convención Constitucional es el triunfo de la mayoría silenciosa. Esa que pide cambios, pero bien hechos, que no quiere refundar el país y que está hastiada de la violencia y agresiones como instrumentos válidos para empujar agendas propias. Y es que el principal problema de la propuesta que se puso sobre la mesa fue ser un texto más parecido a un repositorio de demandas insatisfechas de grupos identitarios, que una constitución que refleja el amplio abanico de sensibilidades y realidades que hoy componen a la sociedad chilena. El resultado está a la vista: donde la Convención propuso ruptura, división y reivindicación, los chilenos respondieron con mesura, unidad y demanda por más diálogo.

¿Cómo explicamos un plebiscito de entrada con 78% de aprobación por una nueva constitución y uno de salida con apenas un 38%? ¿Por qué el rechazo de salida obtuvo 2 millones de votos más que el apruebo de entrada? La señal es inequívoca: los chilenos quieren una nueva Constitución, quieren cambios, pero no a cualquier costo. Lamentablemente, esta señal nunca fue entendida a cabalidad por la Convención. La eliminación del Senado, el debilitamiento del Poder Judicial o la eliminación del Estado de emergencia son solo algunos ejemplos del desdén por nuestra historia republicana de gran parte de los exconstituyentes y de un excesivo ánimo revanchista en materias que ni siquiera formaban parte de las demandas ciudadanas que se levantaron desde el estallido social. Hoy se reafirma la cultura de los cambios graduales, sin saltos al vacío.

El proyecto de la nueva izquierda latinoamericana (Venezuela, Ecuador, Bolivia) también fue derrotado. Ese que —basándose en el pensamiento decolonialista de la década de 1990— encontró una expresión política en términos como la plurinacionalidad, el decrecimiento o los derechos de la naturaleza. No se entiende, de otra manera, por qué los convencionales de escaños reservados indígenas empujaron la plurinacionalidad cuando apenas el 12% del pueblo mapuche está a favor de este concepto (Encuesta CEP, julio 2022). Finalmente, la escaza representatividad de los escaños reservados quedó de manifiesto en que el rechazo en las zonas de alta concentración indígena fue incluso mayor que el promedio nacional.

También fue derrotada la soberbia, el maximalismo y la violencia. El actuar de los convencionales distó mucho de la altura republicana que se le exigía y nunca pudieron desmarcarse del todo del origen violento con que el proceso comenzó. No es casual entonces que los chilenos hayan culpado al proceso mismo como la principal razón para votar Rechazo (Encuesta Cadem). La gente está cansada de ver a políticos performáticos, preocupados de su cuña para los matinales o de alimentar a su ejército de seguidores de Twitter con descalificaciones de 140 caracteres. Ojalá este sea un llamado a que se dediquen, de una vez por todas, a su principal labor: articular acuerdos para resolver los problemas que aquejan a la sociedad.

La Convención ya pasó, pero el proceso constitucional debe continuar. Chile necesita y merece una Constitución de unidad. La buena noticia es que no partimos de cero, sino que sobre consensos en contenidos que ayudarán a redactar un buen texto. El reconocimiento de la equidad entre hombres y mujeres y el de grupos históricamente invisibilizados como los niños, niñas y adolescentes; la descentralización del poder político; un Estado social de derecho (que promueva la participación público-privada en prestaciones como pensiones, salud, educación o vivienda); un nuevo sistema político que disminuya la actual fragmentación e incentive los acuerdos; el reconocimiento constitucional de los pueblos indígenas; y un decisivo cuidado y protección del medio ambiente, son algunos de los ejes sobre los cuales deberíamos discutir y avanzar hacia una nueva Carta Magna.

Necesitamos una constitución humilde. Lo contrario del maximalismo de la propuesta que fue rechazada. Esto es, una constitución que se parezca a una constitución: relativamente corta anclada en los principios fundamentales sobre los que la sociedad tiene amplios acuerdos y dejando al ejercicio democrático a través de la ley, el diseño especifico de las políticas públicas.

En las próximas semanas será tarea del gobierno, el Congreso y las fuerzas políticas democráticas mostrarnos un nuevo camino constitucional. Para esto hay que escuchar a todas las voces, tanto las del Rechazo como las del Apruebo. Por un lado, la borrachera del triunfo no puede alejar, ni por un centímetro, a las fuerzas del Rechazo del compromiso a continuar con los cambios. Por otro lado, las fuerzas del Apruebo (incluidos los ex convencionales) deben hacer una sentida autocrítica y un esfuerzo genuino por entender la farra de la Convención. El gobierno, por su parte, al hacer suya la derrota del Apruebo tendrá que enmendar el rumbo, revisar sus prioridades programáticas y aumentar su decaído capital político para ver si tiene alguna chance de articular políticamente un acuerdo de carácter transversal, que no replique los vicios del proceso que se cerró el domingo. La oportunidad está ahí, no podemos fallar.

Publicada en La Tercera.

 

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