Requisitos para Pedagogía: la verdadera deuda pendiente
Hace años que venimos haciendo esfuerzos por volver a poner la profesión docente donde corresponde, como una de las labores más importantes (sino la más) de cara al futuro de nuestro país. Si bien ha habido avances -principalmente en términos de salarios-, la verdad es que todavía no hemos logrado motivar a los mejores estudiantes para que se embarquen en esa profesión.
La Ley 20.903 -que creó el Sistema de Desarrollo Profesional Docente– contemplaba mayores requisitos académicos para los estudiantes que quisieran entrar a las carreras de Pedagogía. Al mismo tiempo, se introdujeron mejoras en las condiciones laborales de los docentes. Esto, no sólo para elevar la calidad del pool de estudiantes que ingresaba a la carrera, sino que también buscando cambiar la percepción que tiene la sociedad sobre la profesión docente. Se restringió la oferta de cupos sólo a estudiantes de alto rendimiento y se buscó hacer más atractiva la carrera para ellos.
Los requisitos para los estudiantes eran básicamente tres. Su puntaje en la PAES debía colocarlos en el 40% superior, su NEM debía pertenecer al 30% de mejor rendimiento de su establecimiento educacional, o una combinación menos restrictiva de las dos condiciones anteriores. El mensaje era claro: los estudiantes que ingresen a Pedagogía serán de excelencia académica.
Estos requisitos de ingreso se implementaron con gradualidad para darle espacio a las mejoras en condiciones laborales que contemplaba la Ley para estimular la demanda por la carrera de Pedagogía, como mayores horas no lectivas y mayores salarios. Algunas de estas mejoras no se cumplieron, por ejemplo, solamente el 36% de los docentes cuentan con las horas no lectivas que le corresponden (PNUD, 2023); o se cumplieron, como los salarios de los docentes que aumentaron un 13% en términos reales desde la aprobación de la Ley, según datos administrativos del Mineduc.
La realidad pesa más que cualquier legislación, y lo concreto es que la Carrera Docente no ha logrado revertir la tendencia negativa de la matrícula en Pedagogía, que en 2022 fue menos de la mitad que los 20.903 que se matricularon en 2011. A pesar del abuso que se hizo del cambio de escala para flexibilizar los requisitos de ingreso -que significaron que los matriculados a Pedagogía en 2023 superaran el percentil 35 y no el 50, como debían- la verdad es que la carrera de Pedagogía no se percibe más atractiva que lo que era en 2016.
En lo concreto, con el 2026 se acaban los artículos transitorios (menos estrictos que la Ley), y es una verdadera bomba de tiempo. Si al 2024 hubiesen estado en vigencia los requisitos de la Ley que se aplicarán el 2026, estimaciones preliminares indican que la matrícula hubiese sido un 40% menor.
La discusión sobre flexibilizar o no los requisitos es atendible. Si está claro que el objetivo es elevar la calidad, corresponde que nos preguntamos hasta qué punto queremos empujar por ese objetivo. Pero no perdamos de vista el fondo del asunto, no hay restricción de ingreso que subsista si los estudiantes no quieren estudiar pedagogía. Es más, preocuparnos por la demanda parece una solución mucho más sostenible que debatir las restricciones a la oferta. Como sociedad no hemos sido capaces de hacer de la pedagogía una profesión de excelencia, altamente valorada por la sociedad y remunerada correspondientemente. Esa es la verdadera deuda pendiente.
Esta columna se publicó en El Líbero.