Educación escolar: volvamos a lo fome

26 Ene 2025

Dentro del álgido debate a propósito de los resultados de la prueba PAES, es útil alargar la mirada. Lo cierto es que las pruebas estandarizadas -nacionales e internacionales- muestran lo mismo: estamos estancados. En parte porque educar está experimentando cambios importantes producto de la irrupción de las redes sociales y el debilitamiento de las figuras de autoridad, pero también porque ciertas reformas realizadas en los últimos años han errado el fondo y la forma.

En el Simce de 2° medio, el estancamiento es evidente: el 2023 los liceos públicos no superaron su puntaje del 2006 en lectura y de 2012 en matemáticas. Mientras 1 de cada 2 estudiantes del sector particular pagado tiene las competencias adecuadas, 1 de cada 10 del público se encuentra en esa categoría en matemáticas y 1 de cada 7 en lectura. Estas brechas ya existen -aunque en menor medida- en cuarto básico. Con esta desigualdad de puntajes, es imposible sorprenderse de los resultados de la PAES 2025 que tanto revuelo causaron.

La erradicación de los liceos “emblemáticos” es una tragedia, pues lograban entregar un nivel de preparación académica igual o superior a los mejores establecimientos particulares pagados, permeando y diversificando los orígenes de quienes estudian las carreras de donde sale parte importante de los dirigentes empresariales y políticos. Sólo a modo de ejemplo, cuatro de estos liceos representaban sólo el 1,1% de la matrícula, pero el 7,9% del top 5% de puntajes; eso implica una sobrerrepresentación de 7,1 veces. Sin menospreciar su rol como motor de movilidad social, y lamentando profundamente su deceso, en ellos no nos jugamos el pasaje hacia el desarrollo. Es insoslayable que ese rol lo tiene que jugar la educación pública de nuestro país.

Vamos a decir un par de verdades que debiésemos haber aprendido a estas alturas. Primero, las políticas públicas que reforman la educación pública son fuente de apasionados debates. Segundo, hemos agarrado el mal hábito de no tomar en consideración la evidencia disponible a la hora de diseñar esas políticas. Tercero, las reformas que han sido fruto exclusivo de un sector no han hecho más que dividir, antes y ahora.

Los tres ingredientes los tiene la Ley de Inclusión. La evidencia disponible sobre el efecto par era, a lo menos, mixta (cuando algo suena demasiado bueno para ser verdad, suele serlo) y es considerada un gol a favor de la izquierda, y un gol en contra para la derecha. Por ende, a 10 años de promulgada, es un debate lejos de estar zanjado.

En contraposición, la ley SEP. Basada en evidencia sólida de la época y acordada transversalmente. No descansaba en mecanismos demasiado creativos, sino en el mero sentido común: educar a un estudiante vulnerable requiere más recursos. Entregó un incentivo individual a los establecimientos en esa dirección. Consecuencia, hoy es un capital educacional importante, y nadie la cuestiona. Tiene evidencia sólida a su haber.

La educación pública enfrenta desafíos titánicos. Estamos todos de acuerdo en ese diagnóstico. Eso es un punto de partida. Tomar en cuenta las tres verdades mencionadas ayuda a delinear los contornos para la discusión futura. Pero ya basta de acordar diagnósticos, es hora de bajar a los detalles. Acordar reformas que descansen en evidencia sólida y que no involucren ingentes cantidades de recursos. Lo bueno, bonito y barato. Suena fome, eso es una buena señal.

Esta columna se publicó en El Líbero.

COMPARTIR:

Síguenos