Hay que enamorarse de los problemas, y no de las soluciones dogmáticas

Por: Gabriel Berczely
03 Jun 2021

Todos aquellos que hemos vivido la experiencia de gobiernos socialistas estamos atemorizados con el giro a la izquierda que ha tomado Chile. Nos cuesta entender este fenómeno dado el tremendo éxito del modelo económico aplicado, que fue capaz de reducir la pobreza del 60 al 8%, cuadriplicar el ingreso per cápita, generar la mayor movilidad social dentro de la OECD (el 23% del decil más rico tiene padres que están en el decil más pobre), bajar el coeficiente Gini de desigualdad de 0.57 a 0.466, y lograr los mejores resultados en educación en nuestro subcontinente.

Pero, como todas las cosas en la vida, no todo lo que brilla es oro. El modelo generó tremendos avances para la sociedad, pero también dejó rezagados en el camino que consideran que este país es injusto, abusador y desigual.

Partamos con el sistema de pensiones. La mitad de las personas que cotizaron durante 30 o 35 años reciben una pensión que es inferior al sueldo mínimo. Y aquellos que reciben una cifra mayor suelen tener una renta vitalicia que ronda el 50% de su último sueldo. Ello no es culpa de las AFP, sino de la falta de ajustes oportunos al sistema. La consecuencia de ello es que de la noche a la mañana cientos de miles de hogares pasaron de clase media a clase baja por el solo hecho de jubilarse, lo cual no solo afecta a los mayores sino también a sus hijos, que tienen que cubrir parte del faltante para llegar a fin de mes. En lugar de reconocer este serio problema, la derecha se atrincheró en la defensa de las AFP, una reacción natural ante el ataque del movimiento No+AFP. Pero, para la población, la élite defendió a las empresas en lugar de defender a los pensionados. Se enamoró de una solución que es mejor que el sistema de reparto, pero no logró empatizar con un problema que requería una solución que fuera más allá de la capitalización individual.

Sigamos con el acceso al crédito y el correspondiente endeudamiento. Durante años nos pasamos la película que las grandes cadenas brindaban un tremendo servicio a la población porque daban acceso al crédito a personas no bancarizables, pero ello nos llevó a un sistema que, entre tasa de interés, costos de repactación, comisiones, seguros y cobros diversos, llevaron el costo financiero real a niveles usureros. En lugar de reconocer que algo no calzaba con la lógica, la derecha se atrincheró en la defensa de las casas comerciales, enamorándose de la solución (el libre mercado y el acceso al crédito) y justificando las altas tasas por prestarle a un segmento no bancarizable de alta incobrabilidad, cuando en realidad debiera haberse empatizado con los serios problemas de endeudamiento de hogares que se estaba gestando, que nos llevó a tener 4,2 millones de deudores morosos (23% de la población), y a una tremenda angustia en a lo menos el 30% de los hogares chilenos que deben dedicar el 40% de sus ingresos mensuales para pagar el costo financiero de una deuda que nunca disminuye.

Sigamos con el déficit habitacional, que afecta a 1,8 millones de personas que viven de allegados o en campamentos dado el déficit de 500 mil viviendas que tiene Chile. Si además consideramos el déficit cualitativo (viviendas en mal estado, pero recuperables), podemos sumar otros 1,3 millones de hogares que padecen de déficit habitacional. Entre ambos déficits sumamos 6 millones de personas, esto es, el 30% de la población. La reacción de la derecha es que existen necesidades de diverso tipo (salud, educación, vivienda, pensiones) y por ende no existen recursos para resolver todos los problemas, salvo que retomemos la senda del crecimiento. Nuevamente, un enamoramiento con la ortodoxia y los dogmas, en lugar de empatía con un flagelo que no puede esperar otros 30 años para que los beneficios del modelo chorreen a toda la sociedad.

A los millones que sufren de malas pensiones, angustia financiera y déficit habitacional, podemos sumarle lo que padecen un Transantiago deplorable, una deficiente labor del estado en materia de salud y un sistema de educación básica y media que potencia la segregación. En un contexto de inmediatez que generan las redes sociales y el Smartphone (lo quiero aquí y ahora), es bastante ingenuo seguir insistiendo con la narrativa de que la sociedad está mucho mejor que en el pasado, o que el liberalismo es mucho mejor que el socialismo, y que gracias al modelo se lograron mejoras sustanciales en la calidad de vida. Esta narrativa la comparten los adultos que experimentaron el descalabro Allendista, y el 20% más derechista del país. Al resto de la población no le interesan, ni tampoco entienden, dogmas y principios tales como la necesidad de seguir creciendo, de mantener la inflación baja, de tener un Banco Central autónomo, de cuidar las finanzas del estado para mantener una buena clasificación crediticia, continuar con el sistema de capitalización individual, etc. Lo que el 80% de la sociedad quiere es empatía real con sus problemas, esto es, entender que problemas como los antes mencionados no pueden esperar otros 30 años, que la ortodoxia y los dogmas deben adecuarse a las nuevas realidades, y que el ideal es enemigo de lo bueno, porque es imposible que una sociedad funcione bien, sin estallidos, si una parte relevante de la misma vive en carne propia el rezago y el abuso.

En definitiva, necesitamos más enamoramiento con los problemas y menos enamoramiento con las soluciones dogmáticas. Para aquellos que, al leer estas líneas, piensen que estoy asumiendo una posición populista, déjenme darles algunos ejemplos de soluciones prácticas y posibles que no tienen nada que ver con populismo y demagogia.

En materia de pensiones, además de aumentar gradualmente la tasa de cotización y la edad de jubilación, debiéramos establecer una pensión mínima en torno a los 200 mil siempre y cuando la persona haya cotizado a lo menos 15 años. Podríamos aumentar el IVA en 1%, asignando esa recaudación adicional a la cuenta de ahorro individual de cada cotizante en función de su consumo, y hasta un máximo de 20.000 pesos mensuales, pudiendo el estado aportar una cifra similar a los tres primeros quintiles. También podríamos aumentar el seguro de cesantía para que incluya el pago de cotizaciones cuando la persona está desempleada, y con ello bajar las lagunas, y descontar en forma gradual una cotización jubilatoria en las boletas de honorarios que emiten los independientes.

En materia de endeudamiento y costo financiero, debiéramos imponer un registro de deuda consolidada y un máximo que puedan cobrar las tiendas e instituciones financieras por todo concepto, y multas descomunales para los que violen esas normas. ¿Qué esta medida implicará menor disponibilidad de crédito para los sectores mas vulnerables? ¿y que las casas comerciales venderán menos? ¡Enhorabuena! Es hora de bajar el descontrolado nivel de endeudamiento de aquellos que simplemente se endeudan sin poder pagar, de seguir subsidiando al mal pagador con el buen pagador, a que los pobres que pagan financiado sigan subsidiando a los ricos que pagan al contado, y a disminuir la concentración del comercio, porque hoy en día es difícil competir si no se amarra el negocio comercial con el negocio financiero.

En materia de déficit habitacional, debiéramos re-densificar humana y equilibradamente la ciudad, incrementando la construcción de edificios, y por ende la oferta, a lo largo de los corredores del metro y Transantiago, y en las cercanías de las estaciones del Metrotren y de las principales vías estructurantes. Para ello debemos modernizar planes reguladores obsoletos que están vigentes desde hace 40 años, y simplificar y abaratar una tramitología de construcción que ha encarecido la construcción de una manera innecesaria y artificial. Y obviamente promover la inversión privada en edificios de vivienda social destinada al arriendo.

Todas estas propuestas, y muchas más, son discutibles. Pero hagámoslo dejando a un lado dogmatismos que nos han llevado a un atrincheramiento muy castigado por la sociedad. Si queremos llegar al corazón del 80% que estuvo a favor de un cambio constitucional, dediquemos menos palabras a enfatizar los beneficios del liberalismo frente al socialismo, y usemos nuestra capacidad y creatividad para empatizar, en profundidad, con el problema de los rezagados. En la medida que sigamos creyendo de la existencia de un relato falso que confunde a la población, y que el único camino es el crecimiento, no haremos los ajustes necesarios para que las agujas del amperímetro social se mueven ahora y no en 30 años mas. Enamorémonos mas con los problemas de los rezagados, y menos con soluciones ideales que son enemigas de lo bueno.

*Publicada en El Líbero.

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