Entre el anhelo y la realidad: Lecciones políticas del año que se va
Termina el 2023 y resurge la aspiración de comenzar de cero. Sin embargo, al examinar nuestras resoluciones es evidente que este deseo puede transformarse en un patrón casi automático y carente de espesor. La clave para evitarlo, reside en examinar cómo nuestras experiencias pueden moldear nuestras expectativas. Por esta razón, resulta relevante reflexionar sobre algunos aprendizajes adquiridos.
1. La lógica adversarial está en la antípodas de lo que el país necesita y de lo que la ciudadanía anhela. El voto antipolítico, expresión de este rechazo, es sistémico y puede representar un paso más hacia propuestas radicales. El aprendizaje nos enseña que en política la forma y el fondo son fundamentales y que los fanáticos terminan siendo caricaturas de sus propias causas. De la misma manera, hemos aprendido que la radicalidad resulta incompatible con la gestión de la gobernabilidad. Un cosa es contrarrestar la visión que parece hegemónica, otra es hacerla mayoría y otra muy diferente es transformarla en leyes, reformas y darle porte institucional.
2. El discurso extremista siempre halla justificaciones para menospreciar al adversario y convertirlo en un enemigo a quien destruir. Por el contrario, lo mejor del espíritu democrático se manifiesta cuando un proyecto político logra combinar una visión e ideal firme, al mismo tiempo que se abre a la posibilidad de construir con aquellos que defienden propuestas diferentes. Ser directo no es ser estridente, obtuso o furibundo y negociar no es sinónimo de pérdida de identidad. No se negocia por negociar, sino por un objetivo y ahí reside la identidad. Y lo anterior, vale para las relaciones con el gobierno, pero también al interior de las coaliciones. La cohesión de estas últimas, debe basarse en identidades claras. La unidad no significa rendirse a otro o renunciar a lo que se cree. Y en este ámbito el peligro de una embriaguez triunfalista, que suele traducirse en ánimos excluyentes, es una amenaza constante. Restituir las confianzas se presenta como una tarea imperativa.
3. La brecha existente entre la política y la ciudadanía es enorme. Liderar reformas claves es fundamental para disminuirla y visibilizar que la función del Estado no se agota en resguardar los derechos fundamentales de los ciudadanos (que por cierto es primordial e imprescindible) sino también, en nivelar oportunidades y favorecer la cohesión social. Hacerse cargo de la fragilidad de la vida que experimentan muchos chilenos es una prioridad y una de las formas de vigorizar el Estado, evitando que se cuelen todo tipo de males por las fisuras del mismo. Para esto es también fundamental una acción clara y decidida contra la corrupción y los abusos.
4. No podemos, nunca más, legitimar la violencia como medio de acción política y el desprecio hacia la democracia representativa. Por el contrario, hay que fortalecerla modernizando el Estado y reformando el sistema político aun cuando no sea “sexy” a los ojos ciudadanos.
No olvidemos que tiempo atrás abrimos la caja de Pandora pero, como en el mito, aún conservamos la esperanza.
Esta columna se elaboró para el centro de estudios Horizontal.