¿Por qué volver al voto obligatorio?

15 Sep 2022

Nadie anticipaba una participación tan elevada en el plebiscito de salida. Según datos del Servel, de 15,2 millones de electores a nivel nacional, sufragaron 12,9 millones, es decir, el 86%, constituyéndose en una de las elecciones más concurridas de nuestra historia. Más allá de estas cifras, el hecho ha reavivado la discusión sobre la conveniencia de reemplazar, definitivamente, el voto voluntario. Si bien solo 23 países adoptan el primer esquema y 172 el segundo, existen aspectos que hacen imperioso reconsiderar la necesidad de volver al sufragio obligatorio.

En primer lugar, con el voto voluntario los segmentos más pobres y con menor escolaridad presentan mayores niveles de desafección que el resto de la población, particularmente los más jóvenes. Así, se produce un “sesgo de clase”, el que consiste en que si los candidatos pueden anticipar que estos electores no sufragarán, no tienen incentivos para utilizar recursos ni elaborar políticas públicas que los favorezcan, por lo que configuran sus propuestas en función de votantes probables, generalmente de grupos socioeconómicos medios y altos, y de rangos etarios mayores (Contreras & Morales, 2014; Contreras & Navia, 2013).

Segundo, con el voto voluntario los candidatos tienen más incentivos de apelar al elector más duro, es decir, a personas más ideologizadas, con preferencias políticas definidas y políticamente activas en marchas, huelgas o voluntariados, ya que son más propensas a sufragar. De este modo, los partidos se vuelven menos inclusivos y más excluyentes, en tanto dejan de buscar apoyo electoral fuera de sus bases tradicionales, lo que en el largo plazo debilita la moderación y a los partidos de centro. Dicho fenómeno se refuerza con un sistema electoral de representación proporcional, ya que ambos factores combinados reducen la proporción de votos necesarios para lograr algún escaño, sobre todo en los distritos de magnitudes elevadas.

El sufragio no es solo un derecho cuya universalidad se ha logrado gradualmente hasta la actualidad, sino que es un deber cívico cuyo ejercicio mayoritario resulta imprescindible para la legitimidad y reforzamiento de la democracia. El voto voluntario ha perjudicado la representación política de los sectores con menor escolaridad e ingresos, como también a los más jóvenes, toda vez que tienden a abstenerse de las elecciones. Además, ha contribuido a profundizar el fenómeno de la fragmentación y la representación de agendas particulares por sobre las generales.  Si aspiramos a que la elección no dependa del partidario apasionado, sino del saludable criterio del espectador calmoso y desinteresado, el voto debe volver a ser obligatorio.

Publicada en La Segunda.

 

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