Educación: Qué hacemos ahora

Por: Magdalena Plant
30 Nov 2022

Al igual que en los días y meses posteriores al terremoto de 2010, en que rescatistas y bomberos caminaban por entre escombros buscando damnificados y heridos, evaluando destrozos y planificando la reconstrucción, este año escolar los profesores nos hemos enfrentado a las secuelas que dejó la pandemia y el excesivo encierro de los niños y jóvenes de nuestro país.

Las cifras son escalofriantes: más de 50.000 mil niños, niñas y jóvenes han dejado las salas de clases, por lo tanto, el espacio de protección y proyección de futuro que son las escuelas. La inasistencia grave aumentó de un 20% a casi un 40%, es decir, 1.254.000 estudiantes faltaron un mes, y en algunos casos muchísimo más, a clases.

En nuestras salas de clases nos encontramos con las dolorosas secuelas de este desastre: vemos estudiantes que se frustran y agreden porque no saben expresarse, tratamos de apoyar el proceso de reinserción en el aprendizaje, pero nos damos cuenta de la enorme brecha que hay incluso dentro de un mismo curso. Y en cada aula, hay 45 niños y niñas, todos con requerimientos específicos, académicos y emocionales, para volver a avanzar. Abrumador.

Frente al desolador panorama, y el desafío de volver a levantar las escuelas, tenemos que actuar ahora y dirigir bien los esfuerzos para abordar la complejidad de la situación. Por lo mismo, hay que tener cuidado con propuestas que se orientan a respuestas generalizadas, o que inhabiliten las decisiones autónomas que debe tomar cada equipo directivo junto a sus profesores para apoyar a sus estudiantes.

Las escuelas necesitamos recursos, monetarios y pedagógicos (los económicos, fáciles de acceder y rendir, los pedagógicos de fácil uso y acceso) para evaluar a cada uno de nuestros estudiantes, y una vez hecho eso, para dirigir apoyos específicos que se orienten a cerrar las brechas que se evidencien. Este es un momento en que las estrategias masivas no van a solucionar el problema, y así como el 2010 aprendimos que no es lo mismo reconstruir en Pelluhue que en Concepción, ahora esperamos apoyo de las autoridades para que cada escuela pueda tomar decisiones que vayan a reparar los daños que encontramos. Esto siempre ha sido evidente para los profesores, y por eso miramos con resquemor cuando algún experto empieza con “lo que hay que hacer” y propone una bala de plata que solucionará el problema educacional.

Dar autonomía a las escuelas, para que cada una use recursos puestos a su disposición para abordar este desafío implica poner en acción la confianza que merecen los profesores, entendiendo que son ellos los expertos y que aplicarán las mejores estrategias. En algunos casos serán horas de reforzamiento a grupos pequeños, en otras dividir cursos según nivel de avance o contar con un segundo profesor (recuerde, ¡son 45 estudiantes por sala!), o quizás gestionar un programa de mentores, también se podrán implementar talleres de gestión de emociones, contar con más horas de psicólogos en la escuela o generar alianzas con las universidades. Todo eso necesita recursos, y la confianza del país en que la reconstrucción es posible si cada niño y niña de Chile recibe los apoyos que necesita.

 

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