50 años, oportunidad perdida
Quedan poco menos de dos semanas para los 50 años del Golpe de Estado de 1973. Dicho episodio constituye el quiebre más profundo de nuestra historia democrática y, a poco de cumplirse medio siglo, pareciera que cada vez estamos más divididos en torno a esa conmemoración.
Cuando se cumplieron 30 años, durante el mandato del Presidente Lagos, la fecha se recordó con solemnidad. Los momentos más simbólicos fueron la reapertura de la puerta de Morandé 80 y el “nunca más” del Comandante en Jefe del Ejército, general Juan Emilio Cheyre. Al cumplirse los 40 años, con la centroderecha en La Moneda, los hitos más relevantes fueron la reflexión sobre los “cómplices pasivos” del Presidente Piñera y el cierre del Penal Cordillera.
Ambas conmemoraciones generaron momentos de dificultad, pero permitieron avanzar en un mayor compromiso con la democracia y los DD.HH.
Hoy, en cambio, pareciera que estamos bastante más divididos que en las anteriores ocasiones. Razones hay varias, aunque es probable que dos sean las más incidentes. La primera, la mayor polarización ambiental producto de las secuelas del estallido social. Si bien la tensión se ha reducido enormemente desde ese entonces, y el octubrismo pareciera ser un mal recuerdo que casi nadie se atreve a reivindicar, es indudable que los desmadres del periodo hicieron mella en los ánimos democráticos. La disposición al diálogo y a la búsqueda de consensos es sin duda menor que hace 10 y 20 años. El oportunismo, la irresponsabilidad y el haber forzado hasta el límite las resistencias institucionales no fue inocuo.
La segunda razón es la inexplicable torpeza con que el Gobierno ha encarado el tema. Lejanos quedaron los días en que el mandatario promovía una reflexión de cara al futuro, invitando a desmitificar la figura de Salvador Allende y el periodo de la Unidad Popular. Hoy predomina un espíritu de refriega, donde se vuelve a dividir a los chilenos entre buenos y malos, y entre propios y ajenos. Un ambiente demasiado “eléctrico” en el que el exceso de voltaje lo puso incomprensiblemente la propia autoridad.
Es poco probable que lo anterior cambie en los próximos días. Lo que parecía una oportunidad única para lograr avanzar en ciertos mínimos democráticos indispensables —compromiso con los DDHH, respecto por los mandatos democráticos, rechazo a toda forma de violencia— se encamina a transformarse en una (lamentable) oportunidad perdida.
Esta columna fue elaborada para el centro de estudios Horizontal.