La ingenuidad y desconocimiento constitucional de las élites

Por: Gabriel Berczely
03 Dic 2020

El primer comentario que recibo cuando hablo con alguien sobre la necesidad de cambiar la Constitución es “para qué cambiar algo que llevó a Chile a ser tan admirado”. En el caso de las élites, ese comentario no solo contiene sorpresa, sino también estupor e incluso indignación. Curiosa afirmación, en todo caso, porque el éxito chileno no tiene nada que ver con la Constitución actualmente vigente.

En primer lugar, la gran cantidad de reformas introducidas en los últimos 30 años, pero especialmente las del 2015, cambiaron dramáticamente la gobernabilidad de este país. Echarle la culpa a la mala “calidad” de los parlamentarios actuales es desconocer que lo que cambió es el sistema en que operan los políticos, pues de un sistema parlamentario electoral mayoritario (el binominal), que forzaba el orden y la búsqueda de consensos, pasamos a uno proporcional que no solo es inconsistente con un sistema de gobierno presidencialista, sino que además fomenta el desorden parlamentario y la crisis institucional. Es esa la causa por la cual terminamos con un Parlamento fragmentado, polarizado, indisciplinado y populista, que le niega la sal y el agua al gobierno de turno, sea cual sea su color partidario.

En segundo lugar, llama la atención que le achaquen todo el éxito chileno a la Constitución de inicios de la Concertación. Es cierto que el sistema binominal y los senadores designados eran elementos que forzaban la búsqueda de consenso, pero además había otros dos factores de enorme peso que pocos tienen en cuenta. Por un lado, el sistema neoliberal había demostrado que era el único viable, porque con la implosión comunista y el fracaso de políticas económicas heterodoxas aplicadas en Argentina y Brasil, lo lógico era continuar con el sistema imperante, especialmente si no se quería correr el riesgo de gatillar el segundo factor de gran peso, esto es, un nuevo golpe. En efecto, la permanencia del General Pinochet como comandante en jefe del Ejército hasta bien entrada la década del 90, después de haber obtenido el 44% de aprobación en el plebiscito de fines de los 80, forzaban la cautela en materia de políticas macro y micro económicas.

En tercer lugar, es increíble el grado de desconocimiento sobre el contenido y diseño de la Constitución, y su implicancia en lo que nos toca vivir actualmente. Es como si los actuales problemas institucionales, y de gobernabilidad, no tuvieran nada que ver con el diseño constitucional actualmente vigente. Es como si la actual incerteza e injusticia jurídica no tuviera nada que ver con nuestra Carta Magna. Llama la atención que la élite siga pensando que el problema del Chile actual se deba a malos políticos, de bando y bando, y a un presidente que, además de haber claudicado en sus convicciones, no tiene los pantalones para imponer el orden, cuando la evidencia demuestra que el actual desorden e inoperancia institucional comenzó con los diversos cambios efectuados a la Constitución, especialmente los del 2015.

Pero más curioso aún es el clamor de los que apoyaban el Rechazo por que los cambios, si los hubiera, debían ser hechos en el Parlamento. Probablemente esa afirmación se basaba en la idea de que de todas maneras no habría cambio alguno por falta de quórum, pero ello implicaría seguir anclados al mamotreto actual, y por ende al status quo de ingobernabilidad y futuro dilapidado.

¿Que el proceso constituyente recientemente votado no da garantía alguna de que salga una Constitución razonable? ¿Que además tiene el riesgo que salga un Frankenstein peor al actual? Sí, coincido, no podría estar más de acuerdo con ese temor. Sin embargo, este proceso por lo menos me da una esperanza, porque continuar con la Constitución actualmente vigente es certeza total de desastre futuro, y pretender que los cambios que deben hacerse sean efectuados dentro del Parlamento y sistema actual, es lo mismo que creer que la tierra es plana. Es de una ingenuidad absoluta.

*Publicada en El Líbero.

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