Ni la Lista del Pueblo ni el Partido de la Gente

26 Nov 2021

En este péndulo eleccionario ¿Quién representa el sentir mayoritario de los chilenos? ¿La denominada Lista del Pueblo, de la cual se ha bajado más de la mitad de los integrantes iniciales? ¿El partido Republicano, que nos habla de orden y valores tradicionales? ¿O el Partido de la Gente, liderado por un telecandidato que promete liberar a la gente de las injusticias del “sistema”? Si bien todos estos colectivos son manifestaciones espontáneas de una sociedad diversa y plural, lo cierto es que esta elección terminó por sepultar el clivaje tradicional de la política chilena. La gente ya no encuentra en los partidos tradicionales la representatividad para canalizar sus demandas.

Repasemos lo que ha sucedido el último tiempo. En octubre del 2020, al alero de 5,9 millones de chilenos que votaron apruebo para redactar una nueva constitución, el octubrismo instaló con fuerza su tesis: refundar Chile. Luego, en mayo del 2021, la Lista del Pueblo obtuvo un 17,4% de los escaños de la Convención, reduciendo a su mínimo la representación de los partidos tradicionales. El octubrismo celebraba una vez más: por fin seríamos expiados de todas las prácticas deshonestas de la política tradicional, en pos de llevar al país rumbo a “la liberación de la mano del pueblo”.

Pero algo pasó. La semana pasada, la primera mayoría de la elección presidencial la obtuvo el candidato de ultraderecha, José Antonio Kast, quien fue enfático en sostener que el proceso constituyente se inició producto de la presión de la violencia y el chantaje, y quien se la jugó abiertamente por el “rechazo”. También remató en tercer lugar Franco Parisi, prometiendo la liberación de la gente del yugo opresor de las élites, pero esta vez utilizando el modelo, no destruyéndolo. ¿Cómo pasamos, en 14 meses, de querer cambiarlo todo de la mano de la izquierda revolucionaria, a votar en amplia mayoría por candidatos que apelan a valores más tradicionales y que las revoluciones no les hacen ningún sentido?

Por primera vez, desde la vuelta a la democracia, pasan al balotaje dos fuerzas políticas fuera de los partidos tradicionales. Signo inequívoco de que estamos viviendo el ocaso de quienes lideraron la transición. Por una parte, la izquierda pagó un alto costo por su atávica tibieza para condenar la violencia. Por otra, la centro derecha no fue capaz de cautivar a sus votantes, quienes terminaron por erigir como nuevo líder a la más extremas de sus caras. Pareciera ser que la moderación no tiene cabida alguna en el nuevo ciclo político que vivimos.

A pesar de las primeras interpretaciones sobre el estallido social, la votación de este domingo refleja el predominio de una parte importante del país que se encuentra más alejada de los aires refundacionales del octubrismo y que busca reformar, en orden y paz, las fallas institucionales. Se trata del electorado que decidirá el resultado final de la elección presidencial y que pertenece más bien a un Chile con demandas sentidas y tangibles en temas como seguridad, estabilidad económica, salud o educación. Los candidatos se moderarán y ojalá que en esta moderación entiendan que solo los cambios graduales, anclados en acuerdos políticos transversales, son los que nos permitirán avanzar.

*Publicada en La Tercera.

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