La tormenta perfecta

16 Oct 2020

Tras un año del estallido social, sigue siendo complejo identificar los factores que llevaron a que el hecho aconteciera de la forma en la que lo hizo. Sin embargo, es posible comprender por qué las protestas fueron apoyadas por una parte importante de la población. Tal tarea requiere atender las percepciones que la ciudadanía tiene sobre el sistema político y económico, lo que, a su vez, nos permitiría saber de qué forma se podría evitar la prolongación indefinida de la crisis.

De partida, existe una alta desconfianza en las instituciones democráticas. Si miramos la última encuesta CEP, constataremos que menos del 10% de la población confía en los partidos políticos, el Congreso, el Gobierno, el Ministerio Público, las empresas privadas, la televisión y los tribunales de justicia. La confianza se basa en la expectativa de que el otro actuará de un modo benéfico -o al menos no perjudicial- para nosotros (Bradach & Eccles, 1989). Sin embargo, en nuestro país existe la percepción de que quienes gobiernan son privilegiados que no deciden en favor de las personas. Según el Barómetro del Trabajo (FIEL-MORI, 2020), un 86% de los encuestados en la Región Metropolitana considera que se gobierna para “grupos poderosos en su propio beneficio”.

En términos culturales, el ideal meritocrático se encuentra cada vez es más puesto en duda. La recientemente publicada Encuesta Bicentenario UC (2020), expresa que solo un 16% considera alta la posibilidad de que en este país un pobre pueda salir de la pobreza, y solo un 20% cree que una persona de clase media pueda llegar a tener una muy buena situación económica. Al respecto, la OCDE (2018) ha planteado que cuando las personas perciben que no pueden ascender socialmente a través de su esfuerzo, tienden a sentir que sus opiniones no son escuchadas por el sistema político, por lo que hay más probabilidades de que emerjan exitosamente organizaciones populistas que puedan amenazar el sistema económico o político.

El escenario descrito constituye una tormenta perfecta para la democracia chilena. Si bien no hay una varita mágica que pueda solucionar estos problemas, Acemoglu & Robinson señalan que salir exitosos del “pasillo estrecho” requiere tanto mejorar la capacidad del Estado para que pueda conseguir sus metas, como también asegurar que las personas puedan ejercer la libertad que la sociedad les promete. En cuanto al problema cultural asociado al mérito, será necesario hacer esfuerzos para que los resultados generados por el sistema económico sean considerados como justos por una mayor parte de la población. Para ello, sugiere Zingales, el contexto en el que se producen las inequidades deberá ser realmente competitivo, para así evitar que se produzca una excesiva concentración de poder que pueda acabar afectando tanto las libertades de las personas como el apoyo al sistema.

Por lo tanto, no podremos salir de la crisis sin antes modernizar el Estado, sin crecimiento económico, ni sin una agenda social que tenga por objetivo resguardar el ejercicio de la libertad por parte de la población. Los políticos debiesen focalizar su esfuerzo en lograr estos objetivos, ya que de lo contrario la ciudadanía podría verse tentada en apoyar a un líder populista que desestabilice la democracia, alejándonos todavía más del ideal de una sociedad libre y en paz.

*Publicada en El Dínamo.

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