La paradoja de las convicciones

Por: Gabriel Berczely
11 Mar 2021

La convicción es una creencia basada en el conocimiento y/o la experiencia que tenemos sobre un suceso o cosa. No surge de la noche a la mañana, sino que se construye, por lo general, a lo largo del tiempo en el seno del hogar, colegio, comunidad, trabajo y relación con otras personas. Aun cuando no seamos conscientes que las poseemos, nos empujan a actuar de determinada manera en lo cotidiano, a defender aquellas banderas con las que nos sentimos identificados, y a adquirir determinados compromisos y responsabilidades. Las convicciones son como una brújula en nuestras vidas.

Ahora bien, las convicciones también pueden ser un serio problema. En primer lugar, cuando se convierten en un dogma, es decir, algo que no puede ponerse en duda a pesar de que haya evidencias de lo contrario. En segundo lugar, cuando están basadas en creencias falsas, como por ejemplo que la tierra es plana. En tercer lugar, cuando los supuestos que le dieron vida dejaron de ser válidos. Por ejemplo, la idea de visualizar el comunismo como una manera de eliminar la explotación del ser humano dejó de tener validez.

El gran desafío de los tiempos modernos es la rapidez de los cambios que tornan en obsoletas muchas de nuestras convicciones. La música es un buen ejemplo de velocidad exponencial. Durante miles de años se transmitió a través de performances en vivo. En 1901 apareció el disco de vinilo que tuvo una vigencia de 90 años. Luego apareció el cassette, con una vigencia de 25 años. Posteriormente el CD estuvo vigente 17 años y el sistema MP3 (ipod) otros 15 años. Hoy en día usamos el streaming. Nuestras convicciones de cómo había que manejar el negocio de la música tuvieron que adaptarse a estos cambios, pero si antes teníamos décadas para hacerlo, hoy apenas tenemos años. Algo similar nos pasa con nuestras convicciones.

Creo que los sucesos de octubre del 2019 dejaron al descubierto convicciones basadas en supuestos que dejaron de tener sustento. En 40 años la pobreza cayó del 60% al 8% en Chile, el ingreso per cápita se cuadruplicó, y llegamos a tener un PIB PPP cercano a 23.000 dólares anuales. Esos resultados potenciaron la convicción de que el modelo económico era fantástico, pero encubrían el hecho que 4,5 millones de chilenos recibían un salario inferior a 6.400 dólares anuales.

El crecimiento, la inversión, la tecnología y la innovación son fundamentales para el desarrollo de una sociedad, pero cuando comienza a aparecer la concentración económica y la desigualdad, el dogma nos lleva a considerarlo como un efecto colateral con el cual debemos convivir si queremos seguir creciendo.

La meritocracia es nuestro norte, porque obviamente es mejor que el privilegio heredado, el nepotismo o la corrupción. Sin embargo, tiene un lado oscuro que es la conformación de una sociedad de ganadores y perdedores, en la cual la desigualdad creciente termina afectando la convivencia social.

Se vendían más autos per cápita que cualquier otro país sudamericano, pero al mismo tiempo millones de chilenos pasaban 3 o más horas por día sufriendo en el Transantiago.

El sistema de AFP es mucho mejor que el sistema de reparto, pero más de la mitad de los que cotizaron pensiones durante 30 a 35 años reciben una pensión inferior al salario mínimo.

Con un país de clase media y mayor educación, llegar a fin de mes pasó a ser un “desde”, y aquellas cosas que antes eran suficientes hoy no lo son. Por ende, o adaptamos nuestras convicciones, o tomaremos decisiones equivocadas. Ello implica cuestionar nuestras convicciones, especialmente aquellas que son polarizantes y dogmáticas, tales como estado omnipotente versus estado ausente; AFP versus sistema de reparto; laissez-faire versus regulación.

En definitiva, las convicciones son una paradoja, porque pueden ser una brújula que indica nuestro camino, o un ancla al cual no conviene seguir amarrado. Por ende, necesitamos tener una mente más abierta, menos dogmática y menos atrincherada, buscando, en lo posible, las mejores ideas entre los diversos extremos a los cuales nos enfrentamos día a día. Metafóricamente hablando, todo capitán tiene que usar una brújula para definir la ruta, pero nunca llegará a buen puerto si no la adapta a los desafíos del momento.

*Publicada en El Líbero.

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