A los jóvenes como yo

Por: Gabriel Berczely
07 Oct 2021

Parto aclarando que tengo 66 años, pero me siento un pibe. Soy un inmigrante que llegó hace 35 años desde la Argentina, que sigue trabajando como siempre, escribiendo columnas, dando clases, participando activamente en asociaciones y fundaciones sin fines de lucro, haciendo deporte, y que solo se da cuenta de su edad cuando enfrenta un espejo.

Lo que pasa es que la edad del cuerpo no necesariamente está conectada con la edad de la mente. De hecho, hay muchos políticos con cuerpo joven y mente anciana, sosteniendo ideas añejas que fracasaron en todo el mundo. Claramente es mejor un viejo con experiencia y mentalidad joven, que un joven inexperto con ideas obsoletas.

Al igual que los jóvenes (y no tan jóvenes), estoy convencido que el modelo chileno requería cambios, y que por no hacerlos a tiempo y gradualmente, terminamos en un estallido descontrolado. Claro que tenemos que disminuir urgentemente las deficiencias del modelo, pero ello debe lograrse aplicando medidas que no destruyan lo que hemos construido, dejando de lado ideologías trasnochadas como la de igualar la sociedad quitándole los patines a algunos, lo que es lo mismo que decir que nos van a dejar a pata pelada a todos. Como decía Einstein, eliminar las fortunas para redistribuir su riqueza es tan absurdo como eliminar a los genios para aumentar la inteligencia del pueblo. Seré joven, pero no tonto.

¿Para qué sirven el dinero, los ahorros, el empuje, el sacrificio y el esfuerzo, si no es para tener la libertad de elegir? Algunos dirán que esa capacidad solo la tienen los ricos. No es cierto, pues todos los días, cada uno de nosotros, elige donde vivir, donde comprar, qué comprar, a qué cine ir, con quién casarse, etc. Tener la posibilidad de elegir, aunque sea lo más básico, es fundamental para la calidad de nuestra vida. Es un derecho fundamental que se vulnera, en mayor o menor medida, en países como Cuba o Venezuela, en los cuales elegir donde queremos trabajar y vivir, y con quien casarnos, depende del burócrata de turno. El capitalismo podrá generar desigualdad en la riqueza, pero sin lugar a duda el socialismo genera igualdad en la pobreza. Y más encima restringe la capacidad de elegir. Seré joven, pero no tonto.

Aquellos políticos que pretenden planificar todo desde el Estado, y que creen que la economía es una ciencia exacta con la cual pueden diseñar la sociedad, no tienen idea que la economía no tiene nada de exacta, pues la base de cualquier decisión que tomamos los humanos está en la confianza, en la credibilidad y en las expectativas, es decir, en variables que esos políticos, con ideas viejas y fracasadas, nunca van a ser capaces de controlar. Seré joven, pero no tonto.

¿Cómo le voy a creer a políticos que nunca se destacaron por nada, salvo por ser dirigentes que hábilmente aprovecharon su exposición mediática para pasar de la exigua mesada familiar a la millonaria dieta parlamentaria? Pontifican sobre como hay que manejar una empresa y un país, sin nunca haber construido nada, ni arriesgado su patrimonio personal, ni haber sudado para pagar los sueldos e impuestos a fin de mes, ni haber rogado que el negocio no desaparezca por razones difíciles de controlar, como la suerte, el desarrollo tecnológico, o los vaivenes económicos. Es hora de exigir un mínimo de experiencia y estudios si queremos evitar parlamentarios como el cura gatica, porque manejar una empresa, una institución o el Gobierno implica bastante más que simplemente leer un texto. Seré joven, pero no tonto.

Cuando veo personajes de derecha e izquierda ofreciendo propuestas que son malas para el país, pero buenas para “comprar” votos, me pregunto si es razonable que el futuro del país dependa de políticos que lo único que buscan es mantenerse en el poder a cualquier costo. ¿Cómo puedo confiar en aquellos que cambian su discurso según sus propias necesidades y no en función del bien común? ¿Cómo le voy a creer a alguien que traiciona a los suyos, o a sus convicciones, solo para conseguir o mantener una posición de privilegio? Es hora de acabar con la re-elección de los parlamentarios, pues a los políticos hay que renovarlos tal como se cambian los pañales, y precisamente por la misma razón. Seré joven, pero no tonto.

Estoy convencido que mi corazón está puesto en el lugar correcto, es decir, en corregir las deficiencias del modelo para convertirnos en Australia o Nueva Zelanda, y no en Argentina o Venezuela. Ello hay que hacerlo ahora y no en 30 años más, pero con inteligencia, construyendo sobre lo que tenemos, y no destruyendo todo lo que hemos construido con tanto esfuerzo. Y ello no lo vamos a lograr si continuamos eligiendo especímenes como Florcita Motuda, Rojas Vade y Tiare Aguilera. Si seguimos por esa senda, en lugar de terminar con un brioso caballo para que nos lleve a la casa de todos, terminaremos montando un camello con patas de ratón y cabeza de cocodrilo que nos llevará al mismo infierno. Seré joven, pero no tonto.

Es hora de que nosotros, los jóvenes, apliquemos el sentido común, y dejemos de seguir como manada confundida a lobos disfrazados de ovejas. Yo quiero llegar a viejo en este lindo país que tanto me ha dado, y para lograrlo necesito que volvamos a votar en forma inteligente. Para ello debemos reflexionar y hacernos la pregunta de fondo: ¿quiénes son los mejores parlamentarios para lograr un cambio evolutivo e inteligente?

Seamos jóvenes, cambiemos las cosas, pero no seamos tontos.

*Publicada en El Líbero.

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